El metal tiene memoria. Y el de los altos hornos Thyssenkrupp de Duisburgo es pesado, formado por décadas de prosperidad, pero más recientemente de rápidas renovaciones y dudas.
El martes 9 de diciembre, de madrugada, llegó el anuncio aparentemente paradójico: 465 millones de euros de beneficio neto para el ejercicio 2024-2025. Una vuelta a las cifras verdes tras dos años de pérdidas, que podría haber sonado como prueba de que el plan de recuperación de Miguel Ángel López Borrego, el consejero delegado que llegó en medio de una tormenta, por fin estaba dando sus frutos.
Excepto que esta mejora se debe casi en su totalidad a efectos contables y desinversiones puntuales y no a una recuperación duradera del negocio principal. La realidad es mucho más brutal, como se anuncia en la misma frase: para el presente ejercicio, el grupo espera volver a caer en números rojos, con una pérdida estimada de entre 400 y 800 millones de euros. Se alega que esta brecha presupuestaria es el precio de la supervivencia, incluida una provisión masiva para reestructurar la famosa rama de acero, el histórico pero ahora enfermo pulmón de Thyssenkrupp.
La paradoja de la industria alemana
La industria del acero está hoy atrapada en una pinza global. Por un lado, el coste de la energía en Alemania, agravado por el abandono de la energía nuclear y la guerra en Ucrania, está provocando que la factura se dispare. Por otro lado, la competencia asiática, especialmente la competencia china, está inundando el mercado con acero de bajo costo. Sin embargo, la división Steel Europe emplea a casi 27.000 personas y es el proveedor imprescindible de todo el ecosistema industrial, desde el automóvil hasta la construcción, incluida Francia, principal socio comercial de Berlín.
El jefe, Miguel Ángel López Borrego, es un especialista en recuperación, pero se prepara para tomar medidas, en particular recortando puestos de trabajo, para aliviar la carga. Porque los datos de Thyssenkrupp son el barómetro de la desindustrialización europea en curso. Un resultado débil o una capitulación del grupo sacudirían toda la cadena de valor, afectando directamente a las pymes francesas de los sectores metalúrgico, de máquinas herramienta o de equipamiento para el automóvil.
La sombra del acero verde y la cuestión de la soberanía
¿Podría la salvación venir de la India? El reciente interés del magnate Naveen Jindal en la división de acero ha puesto de relieve las tensiones sobre el futuro. Jindal es un defensor del “acero verde” con bajas emisiones de carbono, un segmento en el que Thyssenkrupp ya ha invertido miles de millones, incluso a través de subsidios federales y regionales alemanes para descarbonizar la producción.
Aquí es donde el debate se vuelve tenso. ¿Está preparado el Estado alemán para seguir subsidiando masivamente esta transición ecológica –un imperativo climático y económico– si el control de esta tecnología cae en manos extranjeras? El acero verde no es sólo una fórmula: es una cuestión de soberanía tecnológica y medioambiental para la Unión Europea. Vender parte de su industria pesada, incluso en dificultades, significa correr el riesgo de perder el control de la descarbonización y, por tanto, la capacidad de imponer sus propias normas medioambientales en la carrera mundial.
El futuro está en juego en las oficinas de Essen “hecho en Europa”. La reestructuración anunciada no es una simple reorganización del balance. Es la dolorosa transición hacia un nuevo modelo industrial, donde los campeones europeos tendrán que reinventarse, sin complacerse en las ilusiones del pasado, y donde el Estado tendrá que tomar decisiones drásticas: apoyar masivamente la innovación verde o aceptar una desintegración industrial lenta, pero inexorable. Europa mira a Thyssenkrupp porque es una parte de sí misma que ve hundirse o renacer.