De la profecía de Charles Rolls-Royce hace 125 años a la realidad: de Milán a Mottarone con el Rolls-Royce Spectre Black Badge, entre pareja hipnótica y silencio ahogado. El eléctrico es mejor que el V12 biturbo del Ghost y Cullinan Serie II, pero aún con conocimientos, tecnología y comodidad que hacen que el viaje sea memorable.
“El coche eléctrico es silencioso y limpio. No produce olores ni vibraciones. Será muy útil cuando esté disponible una infraestructura de estaciones de carga”. Estas palabras, escritas en 1900 por Charles Stewart Rolls, incluso antes de su encuentro con Henry Royce, suenan hoy como un programa completo. Más de un siglo después, la empresa que fundaron cumplió la profecía con Spectre, el primer Rolls-Royce de producción totalmente eléctrico.
Salimos de Milán con las primeras luces de la mañana. La ciudad, ya despierta, se desliza silenciosamente. El Spectre Black Badge “apaga” el tráfico con su silencio total y lo reemplaza con una progresión aterciopelada, inmediatamente más intensa que el Spectre “estándar”. El Black Badge es el alter ego amplificado del coupé eléctrico con sus 650 CV de potencia máxima en modo Infinity y un pico de 1.075 Nm en modo Spirited, para acelerar de 0 a 100 km/h en poco más de cuatro segundos. Es sencillamente el Rolls-Royce más potente jamás diseñado.
En el cruce hacia la A8, la magia se hace realidad: dirección más dura, balanceo controlado, una configuración que “lee” la carretera. Los ingenieros de Goodwood han recalibrado la amortiguación y la estabilización del tono para devolver más retroalimentación sin traicionar el famoso Magic Carpet Ride, ahora filtrado por la inmediatez eléctrica. Resultado: viajas sobre una alfombra mágica que reacciona en alta definición, pero permanece insensible a las uniones y desconexiones.
La salida al Lago Mayor es el umbral entre dos mundos: por un lado la autopista, por donde el Spectre viaja con un hilo de gas con la elasticidad de una turbina; por el otro, la carretera de la costa, que exige moderación, precisión, serenidad. Aquí resultan útiles la regeneración seleccionable desde la palanca de cambios “B” del volante y el freno mecánico cuidadosamente calibrado: modula de puntillas, recuperando siempre energía, mientras la desaceleración se mantiene suave. La batería de 102 kWh, integrada en la estructura de aluminio, añade “buena” inercia e insonorización: 700 kg de silencio estructural. Confiando en el sistema de un solo pedal, detenerse en los semáforos es digno del mejor conductor. En efecto, si en Goodwood se jactan de que el 100% de los clientes de Rolls-Royce eligen conducir su propio coche, también es cierto que la marca de automóviles británica es elegida también por grandes empresas, como la cadena de hoteles de lujo Península, que forma a sus conductores en los “White Gloves”, el curso que ofrece la compañía inglesa para convertirse en conductores certificados de Rolls-Royce.