diciembre 10, 2025
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elel 11 de noviembre de 1918, a las 15.50 horas. Precisamente, el primer ministro, Georges Clemenceau, subió al podio del Palacio Borbón para leer a los diputados el texto del armisticio firmado a las cinco de la madrugada, en el bosque de Rethondes. (Oise)por el mariscal Foch, el almirante Wemyss y los plenipotenciarios de la derrotada Alemania. Entonces todos los diputados se levantaron para aplaudirle, al igual que los periodistas y los espectadores en las gradas abarrotadas. Clemenceau, en el podio, dobla los hombros como si se inclinara bajo el peso de estas aclamaciones, pero en cuanto hace un gesto para indicar que está a punto de hablar, se hace un silencio casi religioso.

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Con una voz inicialmente inaudible pero que poco a poco se va fortaleciendo, comienza: “Señores, sólo hay una manera de reconocer tales homenajes, provenientes de una asamblea parlamentaria, por muy exagerados que sean. Es prometernos mutuamente, en este momento, trabajar siempre con todas las fuerzas de nuestro corazón por el bien público. » Luego la ovación comienza de nuevo y no cesa durante varios minutos, antes de que se lea el texto del armisticio, escrito en una pequeña libreta azul. Una vez más hubo un estruendoso aplauso cuando envió: «La salvación de Francia, una e indivisible, con Alsacia y Lorena redescubiertas. » Finalmente le rinde homenaje “a nuestros grandes muertos, que nos dieron esta victoria”Entonces “a los vivos” : “Los esperamos para la gran obra de reconstrucción social. Gracias a ellos, Francia, ayer soldado de Dios, hoy soldado de la humanidad, ¡será siempre soldado del ideal! »

Para cerrar esta sesión excepcional, toda la Cámara canta La Marsellesa. Al día siguiente, la prensa escribió: “El himno nacional vibra, resuena, se desarrolla formidable y serio. Es un momento inolvidable. » Unos minutos más tarde, ante el Senado, Clemenceau repite las palabras que pronunció ante los diputados, y se oyen los mismos gritos de alegría, los mismos aplausos, los mismos Marsellesa cantado a todo pulmón. Además, la Cámara Alta votó por unanimidad a favor de incluir el busto del Tigre entre los de otros senadores ilustres. Cuando regresó al Ministerio de la Guerra, rue Saint-Dominique, sus seguidores lo acompañaron al patio y lo vitorearon. Desde la ventana de su despacho, les arenga: «Amigos míos, gritad conmigo, ¡viva Francia!»

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