Esta vez no funcionó. Después de Dante, la Constitución, los Diez Mandamientos, después de haber conseguido entusiasmarnos incluso hablando del carbón y del acero como punto de partida de la Unión Europea, Benigni encontró la oportunidad que parecía más adecuada a su historia, la vida de Pedro. Esto no sucedió: hasta el público nos lo cuenta un buen resultado pero no el boom al que estábamos acostumbrados durante estas veladas (El sueño, la historia de la Unión Europea, tema más difícil y menos popular, había alcanzado un 4 por ciento más). lo siento por esoNo soy parte del grupo de quienes durante años han criticado a Benigni por su racha de juerga y esperan ansiosamente su caída. Para ser claro, amo a Benigni, para usar una frase en la que pensó mucho anoche. Pero esta vez lo digo de mala gana, algo salió mal. ¿Qué? No entraré en el contenido del relato, en las cuestiones científicas de la arqueología, la hagiografía o la teología, en su manera de leer los Evangelios, siempre expuesta a severas críticas.
me limito a problemas de la construcción del relato y su puesta en escena televisiva.
Lo primero que no funcionó fue espacio. Para estas dos veladas, Benigni nos había acostumbrado a ambientes “pobres”, esenciales, íntimos, cálidos por la madera del escenario y las gradas, en los que a veces destacaba el rojo de su sencillo jersey. Paradójicamente, la elección de un lugar prestigioso y evocador como los jardines del Vaticano no ayudó. Este macizo de flores bien cuidado, el público dispuesto en semicírculo alejado de la plataforma, las frecuentes tomas desde arriba crearon un clima de burocracia fríaen el que la participación de los presentes también resultó algo limitada.
Luego está el narración y ahí me parece que Benigni se está volviendo incontrolable, que le falta un poco de equilibrio. Hay, como sabemos, dos fases en la vida de Pedro, la palestina junto a Jesús y la romana, la de ¿Qué está pasando?. El primero lo atestiguan los evangelios con gran precisión, el segundo es más incierto, lleno de misterios, de leyendas que se mezclan con los acontecimientos históricos de la difusión del cristianismo en Roma. Pero en el camino elegido por Benigni, esta segunda parte tendría mucho ideas emocionantes, una dimensión aventurera y popular en la que Roberto se encuentra particularmente a gusto es, por el contrario, comprimida, entregada a un final apresurado.
Sin embargo, en la primera parte, él desequilibrio es de otro tipo. Como el tema es Pedro, su figura, su personalidad, en un momento dado parece surgir una imagen interesante, muy humana, la de un Pedro un poco torpe, poco inteligente, de esos buenos jóvenes que nunca acaban de entender qué hacer hasta el punto de hacer perder la paciencia a los santos, o mejor dicho al mismo Cristo. Desafortunadamente, después de construir el personaje tan bien, Benigni lo deja ir Nos entregamos a largas reflexiones sobre el significado revolucionario del mensaje cristiano, digresiones bien conocidas que hacen que la historia pierda su punto central.
La pasión, el patetismo que siempre ha sido el punto fuerte de estas operaciones Benigni, luego desaparece y para recuperarlo hay que esperar hasta el últimos saludos cálido, auténtico, sincero como siempre con Roberto. Pero esta vez es muy poco.