diciembre 10, 2025
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En la calle caminan todos juntos y nunca abandonan el pelotón entre Navigli, Porta Genova, Corvetto, Giambellino y Rozzano. Uno al lado del otro, chaquetas adornadas con pieles sintéticas y monos de acetato, tachuelas puntiagudas y pintadas, mochilas y bolsos arrugados que a menudo contienen tijeras, navajas y botellas de alcohol además del imprescindible teléfono móvil, en los pies de anfibios y zapatillas deportivas con un refuerzo de rigor, en sus rostros una mueca de desafío. Delgadas y pequeñas, de entre 13 y 20 años, inspiran protección hasta que las miras más de un momento y abren la boca y lanzan una serie de insultos que harán temblar las paredes. Y además les teme incluso la policía, que, reprimida por el miedo a hacerles daño, a menudo prefiere recibir patadas y puñetazos antes que tocarles con un dedo. Justo como le pasó a un oficial que recientemente terminó en el hospital con una grave lesión en la cabeza que le provocó una pérdida temporal de memoria. Y todo ello por haber sido delicado con estas chicas, por haber tenido el “escrúpulo” de acercarse a ellas sin recurrir a la fuerza, temiendo poder hacerles daño simplemente por ser hombre.

Olvídese de las canciones del “inframundo” que, a principios de la década de 1960, contaban historias de ladrones, prisioneros y policías, que Ornella Vanoni hizo famosas con música y letras de Giorgio Strehler y Dario Fo. Las jóvenes que están remodelando el hampa milanesa son chicas italianas de primera o segunda generación, actúan en grupos exclusivamente femeninos o mixtos, por lo tanto también con hombres, formando bandas que aterrorizan los barrios y la vida nocturna al ritmo del “Rockstar” de Post Malone y la música de 21 Savage, sin desdeñar las melodías mucho más artesanales como las canciones de Marracash, Fabri Fibra y por supuesto el ídolo de los muy malos locales, Baby Gang, el rapero. quien, junto con Simba La Rue y Baby Touché, transformó su vida real y escénica en una historia inquietante pero ciertamente rentable.

Al verlos avanzar desde lejos, parecen villanos de Star Trek, pero no hay nada de qué reírse: los insiders – restauradores y dueños de discotecas – no dudan en declarar que Corso Como, una vez calle de moda y vipettara, ahora es frecuentado “sólo por estos jóvenes matones”, mientras que en los Navigli, los dueños de clubes que regresan de inversiones multimillonarias se quejan de quiebra y desesperación después de una de las incursiones de este nuevo “girl power” del código penal. En Corvetto, está el dueño de un establecimiento de renombre que se declaró banco después de haberse “atrevido” a hacer una selección en la entrada para no dejarles entrar; Lo esperan al cerrar, hasta altas horas de la noche, y lo atacan periódicamente con piedras y repetidos insultos. No se da por vencido, pero ya terminó en el hospital tres veces, diciendo “está bien y no menciones mi nombre”.

Sobre el papel, en la escuela primaria y principios de la secundaria, estas niñas no eran malas. Luego Tik Tok, Pinterest, Instagram y los clips de los ídolos de los tramperos despiertan muchas expectativas poco realistas, el dinero se convierte en el único espejismo (incluso nos pidieron que lo entrevistáramos), pero como nunca hay suficiente en la vida de estas mujercitas muy rápidamente hace su entrada el alcohol que por el momento “mima” y a la larga destruye y por supuesto las drogas. Al fin y al cabo, en su casa no hay realmente un ambiente blanco, hay mucho que olvidar hasta el punto de que a estas chicas les gusta salir con frecuencia, para terminar, una vez encontradas, yendo y viniendo a las comunidades de recuperación donde son huéspedes conocidas: hace una semana, entre los 4 jóvenes detenidos en el barrio de Navigli por los investigadores de la comisaría de Porta Ticinese, había una joven de 16 años que tiene una especie de récord en este sentido, dado que ya ha desaparecido y ha regresado a casa siete veces desde que cumplió 13. A menudo, ambos padres han sido condenados penalmente. Y respiraban burla de la autoridad instaurada en su familia, despreciando incluso el valor de la respuesta sancionadora, como si la cárcel no fuera todo este drama para ellos. Es por tanto difícil que luego, a medida que crecen, no se dejen fascinar por ciertos modelos que no tienen nada de bueno ni de correcto, acabando amándolos y/o copiándolos. El del compañero matón, por ejemplo, el jovencísimo líder de una banda de mala calidad, quizás simplemente el primero del grupo en empezar a fumar en los jardines, el que desafió al portero delante del club mostrándole la ya inevitable navaja ahora que ya no se rechazan las navajas, o incluso el que cometió un pequeño robo mostrando el collar roto en un vídeo publicado, por supuesto, en las redes sociales, en el que no duda en alardear de la hazaña épica.

“Incluso en los grupos mixtos, en las pandillas formadas por niños y niñas, el componente femenino tiene un fuerte impacto cuando estallan peleas o ataques en la calle, tal vez a causa de algunos robos – nos explican los investigadores milaneses – los bangladesíes en sus tiendas de conveniencia siguen vendiendo alcohol a menores, y también hay locales que desgraciadamente nunca han dejado de hacerlo”, comentan con amargura los investigadores.

Su “mito”, su “punto de llegada”, sin embargo, suele ser una chica como ellos, quizás del mismo grupo. Ni más guapa, ni más rica, simplemente “una chica del gueto”, “alguien del rock”, que realmente triunfó, tal vez precisamente porque ya había pasado por un centro de menores y salió más “arreglada” que antes.

Y naturalmente dispuestos a volver porque, repite la policía, “estos jóvenes saben que la respuesta a la sanción es igual a cero. Y las personas que los rodean – en lugar de regañarlos, intentar bloquearlos o simplemente dejarnos hacer nuestro trabajo – cuando los ven estrecharnos la mano, no dudan en filmarlos con sus teléfonos móviles”.

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