Un techo, una puerta, dos ventanas. Vista de frente, es una casa tal como la dibujaron los niños, sencilla, no demasiado grande, de color negro carbón con jambas amarillas. Una cabaña de pescadores cerca del mar, frente al sol naciente, con “el horizonte como única frontera”, que el director Derek Jarman convirtió en el centro de su mundo tras enamorarse de él durante un paseo por la península de Dungeness en Kent. Lo compró por capricho a principios de 1987 por 32.000 libras esterlinas, con la herencia de su padre, y, muy pronto, se dedicó a crear un jardín frívolo, salvaje y multicolor, un campo de experiencias un poco parecido a su cine queer y culto. Unas semanas antes, en diciembre de 1986, Jarman se había enterado de su estado serológico respecto del VIH. Allá “manos” tenía la particularidad de estar situado al pie de una central nuclear, “gran crucero amarrado en el firmamento, ardiendo de luz: blanca, amarilla, rubí”. A un periodista que vino a entrevistarlo y quedó sorprendido por la amenaza permanente, respondió: “Al menos puedo ver la central eléctrica”.
Nacido en 1942 en Northwood, al noroeste de Londres, Derek Jarman tenía sentido de respuesta y gusto por las metáforas. Sin duda con un toque de humor inglés, en una época en la que la infección por VIH equivalía más o menos a una sentencia de muerte, llamó a su propiedad Prospect Cottage (“perspectiva” de perspectiva, futuro). Vivió allí hasta su muerte en 1994, a la edad de 52 años. Durante la c