diciembre 11, 2025
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Foto de : La Presse

Ángela Barbieri

La escena es bastante evocadora: alrededor de chimeneas encendidas en un claro de Suffolk, pequeños grupos de neandertales se calientan, cocinan y se protegen. Sugerente pero, hasta el momento, carente de rigor histórico y científico. El descubrimiento del fuego por el hombre se remonta todavía a 50.000 años, mientras que el cuadro que acabamos de describir se remonta a 400.000 años. Un error garrafal si no fuera por un descubrimiento que acaba de revolucionar la historia tal como la conocemos y según el cual el hombre habría dominado el arte de encender fuego casi 350.000 años antes de lo que creíamos. En el pueblo de Barnham, en una antigua cantera de arcilla estudiada por arqueólogos a principios del siglo XX y devuelta al centro de investigación en 2013, investigadores del Museo Británico y de otros institutos identificaron una zona de suelo intensamente enrojecido y herramientas líticas fracturadas por el calor.

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Los análisis geoquímicos muestran que la arcilla se calentó a más de 700 grados, señal de fuegos encendidos y reavivados en el mismo lugar: no un fuego natural, sino un verdadero hogar prehistórico. El descubrimiento de dos diminutos fragmentos de pirita, un mineral que libera chispas cuando se golpea con pedernal, hace que la teoría sea aún más convincente. La pirita está casi ausente en la región y, según los investigadores, fue transportada desde afloramientos costeros a decenas de kilómetros de distancia, utilizada intencionalmente como piedra “encendedora”. Quienes encendieron este fuego, señalan los investigadores, no fueron Homo sapiens (nuestra especie no abandonaría definitivamente África hasta mucho más tarde), sino probablemente los primeros neandertales, basándose en fósiles contemporáneos encontrados en otros yacimientos británicos y europeos.

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La posibilidad de que el control del fuego se remonta a tan atrás en el tiempo cambia la perspectiva sobre muchas etapas evolutivas: el calor y la luz de los hogares habrían permitido colonizar climas más duros, como los de las latitudes septentrionales, y ampliar la dieta mediante la cocción de alimentos, liberando energía para el desarrollo del cerebro. Los investigadores plantean la hipótesis de que alrededor de las llamas se habrían fortalecido los vínculos sociales: intercambio de alimentos, protección contra los depredadores, pero también espacio y tiempo para una comunicación más compleja, tal vez para las primeras formas de contar historias. Un fuego encendido hace 400.000 años que arroja nueva luz sobre los orígenes de lo que hace humano al hombre.

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