diciembre 10, 2025
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Lejos de los clichés bucólicos, vivir en el campo actúa como un poderoso “amplificador de desigualdad” para mujeres. En las zonas rurales, su carrera y su autonomía se ven aún más obstaculizadas por la falta de movilidad y la escasez de servicios que cuando viven en las ciudades, subraya un estudio publicado el lunes 8 de diciembre por el Instituto Terram y la asociación Rura.

Este informe destaca una “sanción rural de este tipo” : si los mecanismos de dominación masculina existen en todas partes, la baja densidad de población y la lejanía aquí los transforman en una trampa económica para los 11 millones de mujeres francesas que viven en las zonas rurales. “Tenemos una imagen de Epinal que nos impide ver desigualdades sistémicas”subraya Salomé Berlioux, directora general de la asociación Rura y coautora del estudio, denunciando una visión idealizada que enmascara la realidad social.

Para los autores, este engranaje comienza con una geografía implacable regida por el imperio de la “1 kilómetro = 1 minuto”. En esta vida cotidiana en la que cada viaje no se puede reducir, la dependencia del coche único se vuelve total. En el campo, el más mínimo movimiento requiere un vehículo, pero éste se reparte de forma desigual dentro de la pareja. Cuando hay dos autos, “El caballero suele tener el coche más nuevo y fiable, mientras que la señora retira el coche viejo para gestionar el trabajo y los niños”observa Isabelle Dugelet, alcaldesa de La Gresle (Loira), un pueblo de 850 habitantes.

Esta limitación de movilidad pesa mucho sobre las opciones profesionales: debido a la falta de transporte o de permisos, algunos dejan de trabajar o aceptan puestos menos cualificados pero más cercanos. El dominio también es espacial: “El señor ha salido” y realiza tareas gratificantes, cuando “La señora está adentro”resume Salomé Berthioux. Esto conduce a un sentimiento de ilegitimidad que se extiende más allá de la esfera privada y, sobre todo, frena el compromiso político local.

La maternidad también acelera la precariedad: con ocho plazas en guarderías para 100 niños (frente a 26 por 100 niños en la ciudad), el arbitraje financiero sacrifica “racionalmente” mujeres con menores ingresos. Es ella quien deja de trabajar, alimentando a un “empobrecimiento silencioso”.

Además, mientras los hombres invierten en activos sostenibles -inmuebles, coches nuevos- y, por tanto, en aquello que se puede revender, las mujeres se hacen cargo de los gastos corrientes y perecederos, como la comida o la ropa para los niños. Este es el “Teoría del bote de yogur” Popularizado por el ensayista Titiou Lecoq y descrito por Félix Assouly, de la asociación Rura y coautor del informe: “El dinero de las mujeres desaparece de la vida cotidiana, mientras que el dinero de los hombres crea riqueza”. En caso de ruptura, el hombre se marcha con la casa y el coche. La mujer, sin nada.

Esta fragilidad económica atrapa a las mujeres en parejas: el 27% de las mujeres rurales (21% de las mujeres urbanas) creen que no podrían hacer frente financieramente si se separaran, en comparación con sólo el 9% de los hombres. Este aislamiento geográfico atrapa también a las víctimas de la violencia, confirma Isabelle Dugelet: la “Las denuncias muchas veces pasan por la escuela”.

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