diciembre 10, 2025
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¿Tiene todavía sentido hablar de Tradición en una época superada por el brillo desbordante de la web y la inteligencia artificial?

Mark Sedgwick, especialista en sufismo, formado en la Universidad de Oxford y profesor de estudios árabes e islámicos en la Universidad de Aarhus en Dinamarca, aborda el tema en su último libro, Tradicionalismo. Hacia un nuevo orden mundial (Edizioni Atlantide, 360 páginas, 22 euros), destacando la persistencia y las implicaciones actuales del fenómeno, a través de una exposición didáctica y cronológica.

Parte de una tesis que puede parecer provocativa: ¡la define como una de las “filosofías menores” contemporáneas! a pesar de un proyecto radical destinado a restaurar el orden sagrado, que se manifestaría a través de un carácter fluido y multifacético, el respeto por el medio ambiente, la creación de grandes obras musicales y la reducción de las hostilidades entre religiones, finalmente ha encontrado en las últimas décadas una apariencia de aplicación en contextos sociales concretos. Es decir, se habría inervado en la Historia.

Con esta premisa, el investigador adhiere a un axioma consolidado, según el cual, al no existir una visión monolítica a seguir, la Tradición tendría capacidad de generar un conjunto de prácticas que, de vez en cuando, revelarían su eficacia en la interpretación de la realidad e incluso en su acompañamiento. Pero en esta cresta, Sedgwick comete su primer error al interpretar casi decisivamente la influencia de autores como Evola y Guénon en la realidad de determinados ámbitos políticos.

Incluso llega a hacer comparaciones improbables, argumentando que el peso de Evola, particularmente en Italia, fue tan decisivo que moldeó a personalidades como Giorgia Meloni o Pietrangelo Buttafuoco, presidente de la Bienal de Venecia. Pero también se refiere al Ministro de Cultura, Alessandro Giuli, citando su admiración juvenil por el barón, que se deduce de ciertos escritos. Según Sedgwick, representarían ejemplos tangibles de un posible resurgimiento del tradicionalismo en contextos claramente relevantes.

Sin embargo, algo anda mal en su discurso. Crear una dependencia directa entre intereses culturales, a menudo jóvenes, y opciones políticas parece ser un vínculo débil e infundado, en particular porque el tradicionalismo penetra la realidad para cruzarla y nunca establecerse allí. Una debilidad analítica que también admite implícitamente el propio autor al reconocer el enfoque angloparlante del libro, inicialmente destinado a un público distinto del italiano.

Sin embargo, el autor también repite estas correlaciones en otros contextos, extendiendo incluso su interés a figuras como Steve Bannon y Martin Sellner, líder del Movimiento Identitario Austriaco.

En realidad, Sedgwick conoce bien el tema, pero a veces parece querer descarrilarse a propósito. En primer lugar, por ejemplo, reitera que el tradicionalismo es un sistema de enseñanzas espirituales encaminadas a restablecer un orden cósmico y sagrado, que no se manifiesta ni se realiza en los modelos políticos o ideologías contemporáneas, ya que actúa principalmente a través de una cadena iniciática que a menudo permanece invisible. Posteriormente, intentó asociarlo con movimientos populistas y identitarios, ellos mismos intrínsecamente vinculados a la búsqueda de un consenso de masas y a causas demasiado contingentes. Así, al alimentar este círculo vicioso, terminamos confundiendo la Tradición, que es de hecho un camino iniciático, con una simple política contingente, con el riesgo de caer en diversos malentendidos, como el de considerar a Dugin, cuyo pensamiento filosófico está bien estructurado, como una sugerencia banal de Putin.

El tradicionalismo ha sido ante todo un fenómeno elitista, que siempre se ha opuesto radicalmente al desorden moderno. Sin embargo, si por un lado exige una dimensión metafísica, por otro intenta penetrar el flujo de la historia para ir más allá, a riesgo de encontrar figuras que mientras tanto intentan recordar algunos de sus desperdicios.

Sin embargo, no podemos analizar el fenómeno como lo hizo Gnoli en Repubblica, desde el final, es decir desde los posibles seguidores y sus declaraciones de intenciones. Así como Mircea Eliade no puede definirse como un “autor marginal y poco leído”, como siempre lo ha hecho Gnoli, reduciéndolo a una especie de advenedizo cultural para justificar una comparación entre el movimiento Maga y todas sus posibles variantes populistas y el pensamiento de la Tradición. Esto último, de hecho, ha encontrado a veces su expresión en las vanguardias espirituales que afrontaron los desafíos de su época, pero nunca experimentaron la lógica del compromiso.

El tradicionalismo no mira hacia atrás, a un pasado auroral, con nostalgia estéril. En definitiva, no se trata de folklore o de citacionismo vago, sino de una raíz que, en un intento de nutrir el camino hacia el futuro, reconecta al individuo con sus orígenes.

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