Después del escándalo de Betharram, se reforzaron los controles en las instituciones católicas. Habrían dado lugar a “graves abusos”.
Unas horas antes, los mismos habían insistido en hablar “cara a cara con los alumnos de primer grado” o habían sugerido al profesor de deportes, mediante preguntas difíciles, si tenía alguna idea de la orientación sexual de su rebaño.