La huelga proclamada hoy por la CGIL nació ya en un evidente aislamiento: ni la Cisl, ni la Uil, ni la Ugl han decidido unirse a ella, señal de que la lectura de la fase económica propuesta por Maurizio Landini ni siquiera convence al resto del frente sindical. El argumento del secretario general, en cambio, se basa en fundamentos que los datos contradicen claramente. Cuando ayer, en una entrevista a la Repubblica, afirmó que era necesario “devolver 25 mil millones de impuestos adicionales pagados en los últimos tres años por 38 millones de trabajadores y pensionistas a causa de la fuga fiscal”, propuso una cifra que no se refleja en los análisis independientes. El impacto real del freno presupuestario, aunque existente, ha sido ampliamente neutralizado por las medidas ya lanzadas -reducción del Irpef, reducción de la cuña, descontribución sobre las rentas medias-bajas-, mientras que el propio BCE ha aclarado que las rentas inferiores a 35.000 euros registraron un beneficio neto.
No menos frágiles son las críticas según las cuales el Ejecutivo no grava las rentas y los beneficios “progresivamente”, acompañadas de la acusación de un supuesto desarme fiscal hacia las grandes empresas. Italia ya sigue estando entre los países con mayor carga fiscal global de la OCDE (se espera un 42,8% en 2025) y el objetivo declarado por el Ministro Giorgetti es reducir la carga fiscal sobre el trabajo, y no crearla en otros lugares sin evaluar los efectos. De ahí la necesidad de rechazar también la propuesta de un impuesto sobre el capital del 1,3% para los contribuyentes más ricos, que, según Landini, “vale 26 mil millones”. Este tipo de impuestos expulsaría del país al mismo público del que queremos obtener ingresos, reproduciendo así experiencias negativas ya vividas, por ejemplo en Gran Bretaña.
Otro terreno resbaladizo es el de las pensiones. Landini afirma que “quienes prometieron cancelar Fornero están elevando la edad a 70 años”, pero la realidad es que el sistema de seguridad social italiano se enfrenta a una ola demográfica que aumentará el gasto al 17% del PIB en 2040. Hablar de una elección política es, por tanto, engañoso: es una limitación matemática, no un capricho del gobierno. Del mismo modo que culpa al gobierno de la falta de política industrial y al mismo tiempo deplora el riesgo de “desindustrialización” y el declive del acero, los automóviles, los productos químicos y la moda. La mayoría de estas crisis tienen sus raíces en décadas de errores tolerados por los anteriores inquilinos del Palazzo Chigi (ver la entrada anterior de Ilva) y en decisiones europeas (ver la entrada del Pacto Verde), no en la acción del ejecutivo actual.
Cuando luego afirmamos que “faltan enfermeros, médicos, trabajadores sociales” y que “no están contratados en la AP”, olvidamos mencionar que el ajuste del volumen de negocios respecto al presupuesto del año pasado (reposición del 75% de los que se van, a excepción de los sectores de salud, policía, autoridades locales e investigación) es temporal y sirve para mantener el déficit bajo control, mientras que al mismo tiempo se han asignado fondos para la renovación de contratos. Del mismo modo, el llamado a una “emergencia salarial” no es producto del año pasado: las medidas tributarias implementadas durante los últimos dos años han ayudado a evitar una caída aún más pronunciada de los salarios reales.
Finalmente, Landini convocó a una huelga “social, pero también política” para cambiar la política gubernamental.
Sin embargo, las cifras muestran que en el momento en que la CGIL sale a la calle, Italia ha recuperado su credibilidad a nivel internacional gracias al retorno al saldo primario positivo y a la mejora de la calificación soberana, resultados que constituyen la condición necesaria para financiar en el futuro precisamente las políticas sociales de las que la unión se proclama defensora. En resumen, la huelga parece una batalla política disfrazada de emergencia social.