El nuevo plan de paz deseado por Donald Trump, anunciado como medida decisiva para poner fin a la guerra en Ucrania, parece más bien un acta notarial que certifica la victoria diplomática de Rusia. Ni un tratado multilateral, ni el lento producto de una negociación internacional: un proyecto que, según los rumores recogidos por el Wall Street Journal, nació en otra parte, en un territorio donde la geopolítica se mezcla con los asuntos privados y la diplomacia se convierte en un juego entre unos pocos hombres influyentes. Los borradores de los documentos hablan claramente. La paz prometida por Trump coincide con una lista similar a los deseos puestos sobre la mesa por el Kremlin durante los últimos diez años: la cesión de Donbass a Moscú, el reconocimiento de Crimea, la reducción de las fuerzas armadas ucranianas. Para Kiev, esto no es un compromiso: es una capitulación formulada con la amabilidad formal de los acuerdos de final de juego.
La historia de fondo es incluso más significativa que el contenido. Según el WSJ, el verdadero corazón del plan no está en los pasillos del Departamento de Estado ni en las oficinas de la Casa Blanca. Su estudio sería una villa en Miami, la del multimillonario Steve Witkoff, el hombre al que Trump nombró enviado especial para Ucrania y al que muchos describen como una figura puente entre los negocios y la política. Alrededor de esta mesa se sentarían Kirill Dmitriev, el hombre que ya ha dado forma a parte de las estrategias económicas del Kremlin, y Jared Kushner, el asesor en la sombra del magnate.
Y es precisamente aquí donde el plan de Trump revela su esencia. Más que detener la guerra, pretende reintegrar a Rusia en el circuito económico mundial: fin gradual de las sanciones, readmisión de Moscú en el G8, asociaciones industriales con Washington para tecnologías avanzadas. Esto no es una recompensa por la paz, sino una apuesta: si Rusia vuelve a ganar dinero, volverá a cooperar.
Una idea que no molesta a Moscú. Peskov, portavoz de Putin, ya ha definido la nueva estrategia como “en línea con la visión del Kremlin”. Y Donald Trump Jr., en su estilo contundente, añadió: “Estados Unidos ya no es el idiota que escribe cheques”.
La reacción geopolítica es inmediata: surge un nuevo eje entre Washington y Moscú que deja a Ucrania y Europa en una posición lateral. Zelensky intenta no sentirse abrumado.
Decir no significa dañar las relaciones con Estados Unidos, pero decir sí significa sacrificar la soberanía y la seguridad. Entonces vuela a Europa, se encuentra con Starmer, Macron, Merz y luego Meloni: promesas, apoyo moral, un atisbo de ayuda militar. Pero la UE parece lenta, vacilante y agobiada por sus propias divisiones.