En una ambientación de postal, una isla de Filipinas, una chica hermosa y pobre conoce a un hombre maduro, rico y amable. Tiene un barco, que podría ser el equivalente a un caballo blanco, un medio para soltar las amarras de la pobreza. Es un poco como Aica imagina a Bob, desde el principio. Y más violento, obviamente. ¿Sus ojos azules? “Quiere quitárselos y ponérselos a su bebé, el bebé que va a tener con él”. Y cuando él le pregunta si quiere chocolate, ella dice que sí. “pero no sólo eso, mucho más, piensa”. Por ella pasan imágenes de vídeos de YouTube de extranjeros estafados por chicas locales. “Algunos se han quedado sin hogar y ahora están mendigando en las calles. A ella le gusta ver estos vídeos. Le gusta verlos mendigar. Encuentre esto y eso es todo.” Bob, mientras tanto, la felicita, dice que le gustaría volver a verla, obviamente. Bob es americano, aica, filipino. Desde el primer capítulo, eluna niña y el mar Aún en aguas turbias, el desfile del amor huele a quemado, el cuento de hadas rancio.
Segura de haber ganado el billete a la vida que todos sueñan, Aica siente que está ganando alas, volviéndose arrogante ante sus compañeros que ven en ella una “empujar, empujar” (prostituta, concubina) – “Será peor de lo que pueden imaginar. Será peor de lo que pueden imaginar y, ante este pensamiento, sonríe y les devuelve la mirada.. pronto ella