La historia a veces tiene un mordaz sentido de ironía. A principios del siglo XX, un joven abogado, Reginald Heber Smith, que trabajaba para la Boston Legal Aid Society, inventó un sistema que le permitía llevar la cuenta del tiempo dedicado por sus colegas a los casos de los más desfavorecidos. Su idea no era maximizar los ingresos facturando el mayor número de horas posible, sino optimizar la eficacia de la asistencia jurídica con recursos limitados e infundir transparencia en una profesión a menudo opaca.
Cincuenta años después, lo que era una herramienta de gestión se ha convertido en el modo de funcionamiento de muchas profesiones como consultores, contables y abogados, un sistema que, a través de una deriva progresiva, ha acabado premiando no la rapidez y la relevancia, sino la acumulación de horas, transformando el tiempo en un bien escaso y caro.
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