diciembre 10, 2025
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Sería una pena que una película tan bella, tan rara y tan sutil pasara desapercibida. La crítica aquí no tiene otra ambición que sacarlo del ruido de fondo, para que algún alma buena decida ir a verlo y hacerse una idea. Probemos con la “carta de referencia”: si te gustan Rohmer y el rayo verde, Si quieres Pequeña casa en la pradera igualmente pastoral y estoico pero más triste y fugaz, si también tuvieras la oportunidad de ver esta otra maravilla de película que es margarita y el dragón de Raphaëlle Paupert-Borne y Jean Laube, estrenada en 2010, otra familia y otro luto, otra prueba de muchos años, digna de ver No escucha la motocicleta. La frase la pronuncia un niño pequeño, que al oír la moto, habla de su madre, que es sorda.

Aquí como allá, los padres filman a niños “diferentes” – como dicen – con la misma perseverancia, pero en este documental, el director Dominique Fischbach sólo tiene misiones para el espectáculo. Estriptís había aportado a esta familia, se comprometió a filmarlos y seguirlos durante veinticinco años. Manon, la madre del niño, tenía 11 años. Bienvenidos a este país de sordos, a esta familia donde dos de los tres hijos (Manon y Max) nacieron sordos. Panorama de Alta Saboya, Manon en el centro y el sonido que produce: hasta donde alcanza la vista y al alcance del oído y de los dedos. La mano hace señas en el idioma de los sordos, la voz deletrea el francés de los padres y de Bárbara (la hermana mayor). Manon y Max han afrontado un camino muy difícil, a través de logopedia, ejercicios, operaciones e implantes, para acceder a las habilidades orales de personas oyentes que, como su padre, no pueden señas.

Esta vez Bárbara no quiso ir a la reunión y participar en el rodaje final de la película que comienza de nuevo, y donde todo terminará, milagrosamente, señalándose y respondiéndose unos a otros. Milagro de la lengua sorda. Volvamos al duelo de su hijo Max, lo vemos como un pequeño fantasma en los archivos. Max, este niño rubio del que, como sólo la vida puede ser más inventiva que la ficción, su sobrino Mathéo, hijo de Manon, es la viva imagen de su época. Es un error: el muerto que regresa en las imágenes, y el niño, y el feto en el vientre redondo de Manon. Es una hermosa película sobre el intercambio en todos los sentidos: de las dos hermanas, Barbara se convirtió en logopeda y Manon en fisioterapeuta; al mayor el lenguaje y al menor los gestos. Se intercambian tacto y tacto, en el eco definitivo de una película, además admirablemente rodada.

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