diciembre 10, 2025
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Demasiado educado y demasiado débil. Ferruccio de Bortoli explica así en el Corriere la incapacidad de la UE y de sus dirigentes para oponerse a una Casa Blanca que ayer volvió a castigar a los países europeos y a sus dirigentes, calificando a los primeros de “decadentes” y a los segundos de “confusos”. El diagnóstico de De Bortoli es demasiado benigno. Si bastara con ser más agresivos verbalmente y más enérgicos políticamente, todo todavía tendría solución. El problema de la Unión es que es más bien un molusco mudo y sin músculos, estructuralmente inadecuado para hacer frente a cualquier emergencia. Esta insuficiencia fundamental es la consecuencia directa de una génesis que se materializó en 1992 con este himno a la euroburocracia que es el Tratado de Maastricht. Durante la década siguiente, todo empeoró por la incapacidad de combinar la lista de reglas cuestionadas con una constitución capaz de darle alma, definir sus parámetros y valores ideales. También porque detrás de la desgracia de Maastricht se esconde un demiurgo llamado Jacques Santer, un oscuro primer ministro luxemburgués que, lejos de dar a Europa un manual de gran poder, lo limita a un manual de contabilidad. Los años en que fue escrito hacen que este tratado sea aún más inadecuado y anacrónico. Años en los que fue popular el ensayo de Francis Fukuyama que imagina un fin de la historia sancionado por la victoria global de la democracia y el liberalismo. Ilusiones piadosas que empujan a Santer y a los demás eurodemiurgos a concentrar todo en la construcción de normas jurídico-económicas, olvidando lo que hoy es más necesario: una defensa común y una política exterior rápida e incisiva. El resultado no es la Europa respetable pero frágil descrita por De Bortoli, sino más bien un organismo inerte, perpetuamente incapaz de decidir y actuar. También porque la propia ausencia de una Constitución, o más bien de una brújula y unos valores ideales, desorienta a Europa y “confunde” a sus dirigentes.

Un síndrome que se hace evidente por los obstáculos con los que la UE responde a las crisis que han amenazado su supervivencia durante los últimos 15 años. Todas las crisis, desde la de deuda soberana de 2009 hasta la emergencia migratoria de 2015, pasando por la pandemia y, finalmente, la escasez energética desencadenada por el conflicto en Ucrania en el que la Unión demuestra toda su inutilidad. Pero no hay manera de salir de la irrelevancia con algunos ajustes en el tono de voz y las políticas.

Para resolver la crisis existencial de la UE, es necesaria una reestructuración radical de sus tratados e instituciones. Y no es sólo este “malo” Donald quien nos lo hace entender, sino también el ilustre Mario Draghi. Sólo que con el primero nos indignamos mientras que con el segundo nos emocionamos.

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