Ayer leímos una reveladora entrevista a Pietro Valsecchi, uno de los productores cinematográficos italianos más importantes, el hombre que lanzó Checco Zalone y lo convirtió en un éxito (juntos hicieron Cado dlable nubi, Che bella giorno, Sole a catinelle, Quo vago?…) y con quien luego sucedió algo que rompió relaciones.
Más allá de la falta de elegancia con la que el productor describió los lados menos nobles de su producto (“Zalone se había vuelto obsesivo, vencido por la ansiedad del primer puesto en taquilla, siempre hablaba de dinero”) y saltándose el pasaje en el modo en que lo hacía presentable para llevarlo a los famosos salones (“Le transmitimos el amor por el arte y el coleccionismo, y afinamos su gusto por el vino y la música”), un pasaje nos llamó la atención. Este. “Zalone ya no quería hacer reír a la gente, cada vez que le enviaba un nuevo autor para trabajar junto a él, lo despreciaba”. “Necesitaba ser aceptado por la intelectualidad de izquierda, que no lo entendía”.
Así nació Tolo Tolo, la película sobre inmigrantes.
Es la comedia de siempre, que termina en tragedia: víctimas del bovarismo extremo, buscáis la aprobación social de los mismos enemigos que os masacraron (y que seguirán haciéndolo, como enseña la historia de muchos desertores de derecha).
“Quería el reconocimiento de este mundo y cuando lo consiguió, lo desairaron. Excepto que este reconocimiento me costó 24 millones de euros”. Lo cual, en última instancia, es un precio razonable para ingresar a la zona cultural restringida del país.