Por Murielle Fabre, Etienne Blanc e Yves d’Amécourt
(Finalmente) estamos hablando nuevamente de descentralización. De qué acto. Porque hoy todo, con demasiada frecuencia, parte del centro. Que el estado lo sabría mejor. Pero esa cercanía sería un complemento para el alma. Mientras tanto, los ciudadanos esperan respuestas concretas y rápidas. ¿Y quién actúa? Comunidad.
La realidad es conocida: recentralización financiera, camisa de fuerza burocrática y digresión política nacional. El Estado charla, el territorio se las arregla.
Los municipios están perdiendo su libertad presupuestaria: créditos limitados, licitaciones de proyectos humillantes, desaparición de recursos estables. Están abrumados por estándares que dicen “innovar” pero prohíben hacer lo contrario. Se les asignan pesadas responsabilidades sin los recursos que las acompañan.
Un Estado que actúa poco y a crédito; representantes electos locales que actúan cada día, cada vez más bajo el control de una mano demasiado visible; este modelo ya no sirve.
Sin embargo, el municipio sigue siendo el primer nivel democrático, donde vive la República. Donde miramos a los locales a los ojos. Donde la acción pública se desarrolla a diario.
Por tanto, la proximidad se ejerce ante todo en el bloque local: el municipio, corazón palpitante de la democracia, una intercomunidad elegida, donde se construye la eficiencia colectiva.
Arriba, la milenrama territorial sofoca la acción. Los departamentos y las grandes regiones se superponen, lo que genera confusión y gastos innecesarios. El Estado está perdido en sus múltiples órganos descentralizados, dispersos en su parloteo legislativo.
Para ser legible y eficiente, la República debe basarse en un único nivel territorial superior, adaptado a las realidades económicas, sociales y culturales.
Una organización sencilla y eficaz: un bloque local responsable, por encima de las provincias. Entidades claras, herederas de nuestras identidades y especificidades. Como Normandía, un territorio que tiene importancia, sobre todo por su coherencia cultural y económica. Alsacia también debe disponer de los instrumentos de una identidad clara. Un territorio histórico, europeo por naturaleza, en el centro de flujos.
Y subsidiariedad ascendente: estrecha toma de decisiones, coordinación, intercambio, transferencia de experiencia sólo cuando sea necesario.
La subsidiariedad también significa menos gasto público. Menos intermediarios. Menos trámites. Y sobre todo decisiones tomadas por quienes se responsabilizan de los resultados.
Necesitamos una República clara, no un rompecabezas administrativo. Un poder público útil y no burocrático.
Abrir una nueva fase de descentralización no significa, por tanto, debilitar al Estado: es restablecer su verdadera misión: proteger, apoyar, defender. Y ya no administrarlo todo, siempre, para todos.
La cuestión no es institucional: es democrática. Necesitamos mayor legibilidad, mayor responsabilidad y mayor eficiencia.
Históricamente, Francia siempre ha ganado modernizándose. Cuando Francia acepta descentralizar, logra mejores resultados. Es hora de devolverle su poder. Estamos listos.
La República se beneficiará de la confianza de quienes trabajan sobre el terreno.
Vamos a hacerlo.
Murielle Fabre, Porte-Voix Nouvelle Energie, alcaldesa de Lampertheim, vicepresidenta de la Eurometrópolis de Estrasburgo responsable de la acción cultural, la lectura pública, el audiovisual y el cine y secretaria general de la Asociación de Alcaldes de Francia Etienne Blanc, Porte-Voix Nouvelle Energie, senador del Ródano y concejal de Lyon Yves d’Amécourt, Porte-Voix Nouvelle Energie, ex electo local y enólogo
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